… y aquí seguimos, esperando a que la pequeñaja se decida a salir. Cuando os hablé de mi útero irritable ya os conté que después de tener amenaza de parto prematuro en mis dos primeros embarazos, en ambos no sólo llegué a término, sino que pasé de las 40 semanas. Y salvo sorpresa inesperada hoy (permitidme que lo dude porque me encuentro demasiado bien), con este embarazo también me voy a pasar, ya que oficialmente mañana salgo de cuentas y como os digo, la pequeña Adriana no se decide a venir a conocernos.
Que conste que esta vez no la esperaba hasta la semana 40, dadas mis experiencias anteriores. Vamos, que para disgusto de mi madre (que me pregunta esperanzada cada día), todavía no he preparado ni la bolsa del hospital (mis cosas, las del bebé ya se ha encargado ella de prepararlas, ¡gracias madre!), ni la cunita, y todo para que el embarazo no se me hiciera eterno. Y parece que tenía razón en no esperarla antes porque, como os digo, por ahora no tengo el más mínimo síntoma de que vaya a ponerme de parto pronto.
Después de tanto reposo, desde finales de octubre hasta principios de marzo, que cumplí las 37 semanas de embarazo, el médico me dijo que lo que tenía que hacer para irme preparando para el parto era andar… «Nada de paseos», me dijo. «Semicorriendo. Que notes el tirón. Que te duela». Y yo, que a cabezota no me gana nadie, llevo casi tres semanas CORRIENDO. Literalmente. Hago carreras con mis niños. Les doy el patinete para ir hasta El Retiro y les persigo. Voy a toda velocidad a todos lados, tanto que la gente me mira (puede que la combinación barrigón + velocidad impresione un poco, la verdad). El médico dijo que como mínimo tenía que andar rápido media hora al día. Yo ando una media de dos. Y noto el tirón. Y me dan contracciones que me dejan casi sin respiración. Pero sigo andando. Y nada…
Al principio me dolía todo. Después de tanto reposo estaba un poco oxidada, y sumado a mis ¡17! (sí, 17, no lo contéis…) kilos de más, lo de andar semicorriendo era duro: las piernas me flaqueaban, moría de dolor de espalda y me dio ciática. Pero eso fue la primera semana. Lo «peor» es que ahora, después de tanto correr, parece que el «entrenamiento» ha surtido efecto y me siento mucho más ligera que en los meses anteriores, y como podéis ver por mi bombazo en la fotografía (vergüenza total), muy ligera no es que esté… ¡Ah! Un dato más para que entendáis por qué me he tomado tan en serio esto de andar-correr… el viernes pasado, mi bebé ya iba por 3.600 kg, y si os digo que yo normalmente peso alrededor de 47 kilos, pues casi mejor que no siga engordando ahí dentro, aunque parece que a ella eso mucho no le importa…
En fin… que está claro que son ellos los que deciden incluso antes de llegar a este mundo. Ya mucho no le puede quedar, así que aquí seguiré… esperando a que te decidas, enana. Tú mandas.
– Mar