Mis mejores recuerdos de niña han sido siempre en el campo, en casa de mis abuelos, rodeados de naturaleza y primos, y así lo demuestran los álbumes de fotos que guarda mi madre en casa. En Las Alturas pasábamos gran parte de los fines de semana del año, Semana Santas, puentes y veranos, y aunque nos fuimos haciendo mayores y la idea de pasar las vacaciones «encerrados» en el campo dejó de atraernos, las Semanas Santas siempre, siempre, eran en Las Alturas.
Hoy por hoy, que soy yo quien tiene niños pequeños en casa, si me preguntas cuál es mi idea de «un fin de semana perfecto con niños» fácilmente mi respuesta sea perdernos por el campo. Me encanta vivir en la ciudad, no lo niego, pero al final el día a día me come y reconozco que en cuanto llega el jueves ya estoy pensando en huir 😉
Una de mis mejores amigas vive en Cádiz, lo que hace difícil que nos veamos y juntemos niños, algo que a las dos nos da mucha rabia porque, además, sus hijos y los nuestros son de las mismas edades. En noviembre fuimos para allá a verlos, pero el viaje es demasiado largo para un fin de semana, así que siempre estábamos diciendo que teníamos que quedar algún día en Las Alturas, que está (más o menos) a mitad de camino, y así poder juntarnos.
Y hace dos fines de semana, al fin, ¡lo conseguimos! Amenazaban lluvia todo el fin de semana, pero decidimos seguir adelante con el plan, ¡y menos mal!, porque nos hizo unos días espectaculares y, como había estado lloviendo tanto, el campo estaba verde y maravilloso, las charcas estaban llenas, por los riachuelos corría el agua (¡y las ranas y renacuajos!), y el campo estaba lleno de margaritas para coronarnos…
Aproveché el fin de semana, además, para llevarme el nuevo Bugaboo Buffalo Classic y, aunque está mal que yo lo diga… ¡es una pasada! No era la primera vez que probaba un Bugaboo Buffalo, pero reconozco que siempre me sorprende lo fácil y cómodo que es de manejar… lo veo tan grande (acostumbrada como estoy al Bee ¡este es gigante!) que me cuesta creer que vaya a ser cómodo, pero si algo bueno tiene llevar ruedas grandes es que puedes meterlo por donde quieras, ¡y ni te enteras!
Si el espacio no fuera un problema creo que tendría serios problemas para decidirme entre el Buffalo o el Bee… 😛
Creo que las fotos hablan por sí solas, pero por si quedaba alguna duda os confirmo que sí: ¡lo pasamos en grande! Ellos felices de campar a sus anchas por ahí, haciendo piña unos con otros, y nosotros encantados de saber que podíamos dejarlos libres, sin miedo a coches ni desconocidos.
Llegamos el viernes y nos volvimos el domingo, pero aprovechamos el tiempo como si hubiéramos estado un mes entero… El primer día, por la mañana, pecamos de ingenuos y terminamos calados hasta los huesos, menos mal que, como buena casa de campo, encontramos el armario de las botas de agua… y terminamos calados, ¡pero de saltar en los charcos! Los niños iban tentando a la suerte y una de las mías terminó metiendo el pie hasta la rodilla en el riachuelo, ¡pero que nos quiten lo bailao!
Y sí, tuvimos que ponerle la correa a Bamba, pero es que se lanzaba a por las vacas en cuanto las veía y no había manera, así que optamos por la correa, sobre todo al principio. También os digo que menos mal, porque a puntito estuvimos de que se nos ahogara en la piscina… ¡por suerte mi marido se dio cuenta de que algo pasaba en la zona de la piscina y pudo sacarla agarrándola del arnés que le ponemos cuando lleva correa! ¡Menudo susto nos pegamos todos!
¿Hay algo mejor que salir a jugar y columpiarse en pijama, una vez bañados y cenados? Anda que no me habré columpiado yo veces en esa rueda… ¡lo que me sorprende es que siga estando ahí! jajaja.
Normal que de pequeños mis padres nos metieran a todos en el coche el viernes, cayera quien cayera, para pasar el fin de semana allí… ¿sabéis eso de «cuando seas padre lo entenderás»? Pues lo entiendo, lo entiendo…
Me he pasado la infancia trepando a La Socañera o al Palacio del Rey Moro, dando un paseo hasta Valle Loboso, subiendo al embarcadero para ver si había vacas con sus becerros, haciendo barquitos de corcho y soltándolos por el riachuelo para ver hasta dónde llegaban, dando larguísimos paseos a caballo entre canchales… e ir ahora con mis hijos me saca la vena más nostálgica, qué le vamos a hacer 🙂
¿Habéis probado a hacer marshmellows al fuego alguna vez? Si tenéis acceso a una chimenea no dejéis de hacerlo, los niños alucinan… ¡y están riquísimos! (bomba de azúcar, si, ¡pero ricos!)
Ay, Isita, a ver si repetimos pronto plan…
-María