¿Soy yo o el otoño no termina de llegar? ¡Con lo que me gusta a mí esta estación! Ya no hace el calorazo de agosto, pero tampoco el frío del invierno. Puedes salir a la calle con una chaqueta y sin calcetines. Y el día que amanece lluvioso, disfrutas saltando en los charcos con botas de agua porque es la gran novedad, que ya tendremos tiempo de hartarnos cuando empiece de verdad la época de lluvias.
Este fin de semana hemos disfrutado, por fin, de la tranquilidad que da no tener nada que hacer. Ni trabajos que terminar, ni compromisos con los que cumplir. Nada. ¡Y no sabéis cuánto necesitaba un fin de semana así! El sábado pudimos ir a pasear por El Retiro con los niños, a picar algo con Mar y su familia, y un amigo de nuestros maridos. Y sí, mis hijos iban disfrazados, que es como vamos todos con este tiempo: la mezcla de la ropa de verano con nuestro saco de Babybites lo dice todo.
De hecho, Mar y yo nos reíamos cuando nos vimos porque mis hijos iban totalmente de verano, pidiendo la chaqueta a ratos para volver a quitársela enseguida, mientras que los hijos de Mar iban más abrigados, pidiendo quitarse capas para volver a ponérselas al rato: ¡si es que es imposible acertar!
¿El mejor parado? Bosco, sin duda. Con las piernas al aire pero con su saco de Babybites que tanto me gusta, porque es mullidito y abrigado pero, como no tiene forro polar por dentro, si no se lo cierras van tan contentos. ¿Que refresca un poco? Lo cierras bien y a dormir plácidamente. ¿Ahora sale el sol y vuelve a hacer calor? ¡Pantorrillas al aire y a disfrutar de la brisa! Lo dicho: iba como un rey.
Y además se iba quedando con todo el mundo con su cola de pez, que reconozco que me hace muchísima gracia…
Eso sí: frío o calor, disfrutamos un montón de este inicio de otoño en Madrid. Los árboles empiezan a estar llenos de hojas de todos los colores, que comienzan a caer al suelo pero sin terminar de cubrirlo del todo. Y la luz del cielo tiene un no-sé-qué especial, ¿no os parece?
Los niños corrieron de un lado a otro como en su vida, haciendo carreras, saltando y jugando con las hojas. Y sí: empezamos a ser un pueblo y lo peor es que no nos habíamos dado ni cuenta hasta este sábado, cuando fuimos a juntar «un par de mesas» para picar algo y vimos que con dos no íbamos a ningún lado: ¡tuvimos que sentarnos en 3 mesas para caber!
¿La mejor prueba de que lo pasaron pipa? La siesta de campeonato que durmieron después. ¿Fue o no un día de otoño perfecto en Madrid? 😉
-María