Convulsiones en niños

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Llevo tiempo retrasando este post, pero lo cierto es que quería compartir con el resto el susto que nos pegó Bosquete a principios de año por si nuestra experiencia puede ayudar a alguien, por si puede tranquilizar (un poquillo) a algún padre nervioso y a la espera de pronóstico en la sala de urgencias (y que ande buscando información en Internet aunque todos sepamos que no se deba hacer, porque no suele salir nada bueno de la búsqueda), o por si, quién sabe, puede hacer que quien pase por lo mismo, y Dios quiera que no, recuerde de pronto nuestra experiencia y sea capaz de enfocarlo todo de otra forma. Aunque, para qué engañarnos, hasta que no lo vives en tus propias carnes, es difícil hacerse a la idea.

Siempre he creído ser una persona tranquila. No me suelen estresar las enfermedades de mis hijos, que gracias a Dios han sido pocas y de poca seriedad, y suelo tomarme las cosas con humor, paciencia y filosofía. Bosco estaba con una gastroenteritis y yo, que aquél día tenía que haber ido a la oficina a una reunión, decidí en el último momento que mejor me quedaba por si tenía que llevarle al pediatra. Él aceptaba el suero, y yo trabajaba desde casa tan tranquila, viéndole empachoso porque se encontraba pachuchillo, pero contento. Como el pobrecillo estaba con mucha diarrea, y a cada rato tenía que cambiarle de ropa, en cuanto le daba un poquillo de suero o comía algo le sentábamos en el cuarto de baño con su reductor. En uno de los viajes al cuarto de baño, de pronto y sin previo aviso, se puso rígido, muy rígido, y empezó a hacer ruiditos con la boca.