Una de esas tardes en las que Mar y yo compartimos vivencias vivo un déjà vu. ¿Os acordáis de cuando me “animó” a elaborar una lista de 30 libros infantiles? Pues esa tarde, en el parque, con el oído y el ojo que me quedan libres, escucho que me dice algo así como: “las diez razones -o las que sean- por las que elegiste el método Montessori para tus hijas”. Yo, que ya tenía un post rondándome por la cabeza, empiezo a balbucear razones por las que no hacerlo. Pero mi instinto a psicoanalizarme me da la respuesta a por qué me encuentro reacia a escribir mis razones, que va más allá de la pereza, que también existe, por tener que empezar con otra idea: No quiero hacer proselitismo. Buffff. Yo soy abanderada del vive y deja vivir. Pero entiendo que Mar, lista como un rayo, me inste a crear la génesis del tema para tener un punto de partida. Y me termino convenciendo al pensar que el conocimiento es la gran herramienta para cambiar el mundo. Cuanto más sepamos de otros modelos educativos, más podremos ponerlos en práctica nosotros mismos si nos gustan y más podremos exigir cambios en el sistema educativo para el beneficio de nuestros niños. Ya hay “rincones Montessori” en muchas aulas de colegios y por algo será. Así que, permitidme este post en el que cuento un poco cómo se trabaja en un aula Montessori y que refleja los motivos por los que a mi me convenció.
Tengo que re-avisar de que mi aproximación al método no es el de una experta, ni mucho menos, sino el de una madre satisfecha con la experiencia. Y lo que veo y he aprendido es lo que os puedo contar. Una experiencia real. Nosotros no hacemos Montessori en casa, pero sí intentamos educar teniendo en mente sus principios. A veces, incluso reúno el valor necesario (porque es sólo apto para valientes y yo soy un poco floja) para tratar de educar en las grandes virtudes de las que hablaba la escritora Natalia Ginzburg en su maravilloso ensayo “Las Pequeñas Virtudes”: “Por lo que respecta a la educación de los hijos, creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes, sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito, sino el deseo de ser y de saber”. ¿Cómo os quedáis?
Mucha gente ha oído hablar de María Montessori, pero no todos saben que fue la artífice de gran parte de la pedagogía hoy existente. Se puede decir que Montessori está mucho más presente de lo que creemos. Mar, cuando hablamos del tema y teniendo en cuenta que le encanta polemizar conmigo, recuerdo que me dijo en una ocasión: ”pero esto no es Montessori, esto es sentido común”. Y en efecto, pero sentido común del S.XXI (aunque todos sabemos que el sentido común es el menos común de todos y en algunos momentos parece que vayamos como los cangrejos…), no de principios del S.XX.
Como muestra, un botón: María Montessori fue pionera en desarrollar la importancia del ambiente de trabajo de los niños y el uso de mobiliario adaptado a las medidas infantiles en los colegios es aportación suya. ¿Os imagináis a los niños trabajando en mesas de oficina? Yo estuve hace años en una instalación de la genial Pipilotti Rist en el Reina Sofía donde te sentabas en un sofá rojo enorme con un mando de TV enorme para ver videoarte en una mini tele. Desde luego era muy molona, pero se buscaban otras emociones y no crear un ambiente preparado para el desarrollo de un niño.
Pero volviendo a los motivos.
Es un método fundamentado en el respeto.
Y con esto ya casi debería de dar por terminado este post… Se respetan las etapas evolutivas de cada niño, que aprenden a su ritmo y así se evitan “las lagunas de conocimiento” que surgen cuando se espera que todos aprendan lo mismo a la vez, teniendo poco en cuenta otro tipo de consideraciones (que van desde el “hoy estoy despistado” al “yo necesito más tiempo u otras formas de asimilarlo”). Por eso, las clases no están dispuestas en el modo tradicional de pupitres alineados mirando hacia el profesor/a.
Cada niño tiene su espacio, que varía dependiendo del material con el que quiera trabajar en ese momento o el que se le presente o sugiera. Porque en el aula Montessori hay libertad de movimiento para trabajar siempre que no se interfiera en el trabajo de los demás. Hay materiales con los que estarán más cómodos trabajando en una mesa, otros para hacerlo sobre una alfombra en el suelo o pueden trabajan con materiales que requieran desplazamientos. Las posibilidades son muy amplias y estupendas para evitar la frustración del niño de no poder moverse. Porque cuando un niño no se mueve, lo que solemos pensar es que está malito, y me temo que no nos solemos equivocar.
Tienen la libertad de escoger el material con el que trabajar porque así se fomenta el placer por aprender.
Pero una de las normas es que ese material tiene que haber sido previamente presentado por los educadores, que lo harán acorde a su etapa evolutiva, valorándolo de forma individual. Si escoges algo que te gusta, puedes tirar del hilo hasta el infinito. En el caso contrario, el aprendizaje puede ser muy doloroso. Si tu niño muestra interés por los mapas, no sólo va a aprender geografía, también arte si los pinta, escribirá el nombre de los países y los leerá, y si empieza a preguntarse por el número de continentes, países o sus habitantes, aprenderá matemáticas. También surgirá el tema de la diversidad cultural o la historia de cada región. Es el primer ejemplo que me ha venido a la cabeza, pero sirve, ¿verdad?
El material con el que trabajan suele ser autocorrectivo, lo que fomenta su autonomía, además de la satisfacción que les proporciona el poder resolver ellos mismos los problemas. Cada material es único en el aula, por lo que aprenden a esperar y a hacer turnos cuando otro compañero lo está utilizando. Cuando terminan de usarlo, lo tienen que dejar recogido y en su lugar. El orden es fundamental en la experiencia Montessori. Además, se fomenta mucho el DIY.
No hay libros de texto (sí de consulta propios del aula) y si por ejemplo, el niño quiere trabajar con los objetos del otoño, se puede montar su propio mini libro con lo que quiera pintar, poner o pegar. Luego lo “encuaderna” y volià. Es único, es su idea.
Por otra parte, los materiales con los que trabajan son reflejo de lo que hay en el mundo y siempre se parte de lo concreto hacia lo abstracto.
¿Os acordáis de Ralph Macchio en Karate Kid:“Dar cera, pulir cera; dar cera, pulir cera”, previo al máster en karate que se hizo en tiempo record? Así mi hija, cual pequeña karateka guiada por su particular Pat Morita, empezó puliendo espejos, limpiando zapatos o traspasando semillas de un cuenco a otro.
Para preparar y fortalecer los dedos, la mano y la muñeca de cara a la escritura, o en el caso de Ralph Macchio, de cara a dominar este arte marcial y la “técnica de la grulla”, gran momento cinematográfico de los 80, pordiosss. Y ya de paso, igual que Ralph, los niños también aprenden nuevos valores en la vida y que los zapatos tienen que estar limpios, que hay que saber servir agua o barrer el suelo cuando está sucio.
Genial cuando la educación se beneficia de recursos tan cercanos, reales y válidos.
Otro dato distintivo es que las edades están mezcladas en el aula. Esto aporta una gran riqueza al ambiente, ya que los mayores se responsabilizan de los más pequeños y al ayudarles en sus tareas afianzan sus conocimientos. Los pequeños imitan a los mayores y les sirven de inspiración. Vaya, como funciona en casa con los hermanos, pero sin tanta confianza para lo malo, qué os voy a contar.
Y todo esto se desarrolla en un entorno muy cuidado, muy respetuoso, donde los educadores ejercen de guías para que el niño sea protagonista de su propio desarrollo, donde hay libertad de elección, pero con unos límites claros que les aportan seguridad y les permite desarrollarse de una manera saludable. Por esto y mucho más, yo elegí poner Montessori en nuestras vidas. Si os animáis, como decían en Casablanca, éste podría ser el comienzo de una bonita amistad.
Y como nos decía aquel pedagogo…: “Confiad en los niños”.
Marta Pariente
