Disfraces de carnaval y el paraíso de los niños
Os pongo en situación: martes, cuatro y media de la tarde, Bosco se declara en huelga de siesta (últimamente lo hace mucho… lo de dormir no va con él, ¡qué le vamos a hacer!) así que me lo cargo a la cadera (y luego me extraño de que me duela la espalda) y voy corriendo a recoger a las otras dos. Chispea. Qué digo chispea: para cuando llego al colegio lo que cae es lluvia, así, con todas las letras. A estas alturas del partido, cualquier otra tarde ya habría empezado a tirarme de los pelos… pero ese martes no, ese martes, por suerte, teníamos un plan. Mentira, «un plan», no: EL plan. EL planazo. Fiesta de carnaval en Imaginarium. Y ahora dime que no quieres volver a ser niño…
¿Os imagináis? Cinco años, entras en tu tienda de juguetes, esa de la que tienen que sacarte a rastras cada vez que vas, y te dicen las palabras mágicas: «¿de qué quieres disfrazarte?». Y ves allí, ordenaditos, un montón de disfraces: superhéroes, princesas azules y rosas, caballeros, reinas y reyes, Peter Pan y el Capitán Garfio, El mago de Oz, Caperucita Roja, Alicia en el País de las Maravillas… ¿me tomas el pelo? La cara de mi hija era un cuadro. Al final, Dorothy, de El mago de Oz, es el elegido.