Las primeras semanas de octubre fueron una locura en casa. Una locura. Yo creo que fueron incluso peores que las dos primeras de vuelta al cole, porque por alguna extraña razón pasó lo que pasa siempre: que se te acumulan las tareas en la misma semana. Como sabéis, trabajo fuera de casa, soy abogada. Y, aunque tengo jornada reducida (teórica), a veces (demasiadas) tengo puntas de trabajo que requieren algo así como el doble de la jornada reducida. O el triple. Pues la semana del cuento de Pepito el Palito era una de esas semanas. Y encima tenía a los dos niños con bronquiolitis y conjuntivitis (primeros bichos dando la bienvenida al invierno), así que cuando acostaba a los enanos me ponía a trabajar, pero cuando terminaba e intentaba dormir, eso estaba complicado. Bueno pues además, en el cole de mi hija nos ponían deberes sin parar: que si tenéis que traer una foto de la familia en casa. Que si tenéis que traer algo de otoño. Que si tenéis que traer un cuento o poesía inspirado en la casa. Y no, no me malinterpretéis: me encanta hacer los deberes del cole, y como podéis ver por las imágenes, me gusta «currármelo». El problema es que a veces una no da para más… ¿no os pasa? More ideas than time, que leía hace poco en el blog Made with lof, y me pareció un gran lema para definir mi vida… ¿no os sentís un poco identificadas?. Pero bueno, a lo que vamos. Mi niña tenía que llevar su cuento. Y yo acababa de adentrarme en el inevitable mundo washi gracias a mis compras en All Washi Tape y I Love Kutchi. Así que eran las 00.00 de la noche y al día siguiente el cuento tenía que estar en el cole. Y nos pusimos a hacer un cuento. Un cuento de washi tape.