Tú eres su mejor madre

Hace poco hablaba con una grandísima amiga que, como muchos, va a la carrera de un lado a otro y con la sensación de llegar siempre a todo tarde, y mal, y pensando que sus hijos son los grandes perjudicados en el proceso, ¿os suena? Nos ha tocado vivir un momento en el que, sin quererlo, nosotros mismos nos hemos puesto muchísima presión: queremos que nuestros hijos sean los mejor preparados, porque sabemos que la competencia ahí fuera va a ser dura, y, en el proceso, nos hemos metido en una rueda que va a tal velocidad que por el camino nos está comiendo. Y lo que es peor: les está comiendo a ellos también, y está haciendo que nos comparemos siempre con el de al lado, y que tendamos a creer que salimos perdiendo en la comparación.

El año pasado una de mis hijas decidió que no quería seguir con la extraescolar a la que se había apuntado, así que dejé que se desapuntara pero no que se apuntara a cualquier otra. Quería, en cierto modo, que comprendiera que hay que ser consecuente con las decisiones que uno toma; que no pasa absolutamente por darse uno cuenta de que se ha equivocado, que si una cosa que pensabas que te gustaba resulta que no te gusta se deja y no pasa más, pero que hay que esforzarse en cualquier faceta, y que no se puede querer un día una cosa, al día siguiente otra, y al siguiente la contraria.

En realidad pensaba dejar que se apuntara a otra extraescolar un poco más adelante si le apetecía, porque creo que son pequeños aún para saber qué es lo que de verdad les gusta y me parece muy complicado que valoren si algo les gusta o no sin haber ido a dos o tres clases, pero eso no pensaba decírselo de buenas a primeras 😉 Pero en el proceso me di cuenta de que la gran mayoría de sus compañeros tienen extraescolares todos los días de la semana a mediodía, e incluso algunas tardes. Y los míos no eran ninguna excepción. De las dos horas que tienen para comer y jugar, el que más conseguía jugar 10-15 minutos.

Y entonces me paré y me di cuenta de que, en realidad, yo no quería eso: sí, quiero que mis hijos estén lo mejor preparados posible para el día de mañana. Sí, quiero que den lo mejor de sí mismos. Sí, quiero que se esfuercen y aprendan a ser responsables y, hoy por hoy, su responsabilidad es ir a clase, estudiar y tener ganas de aprender. Pero, y como le dije a mi amiga en aquella conversación, por encima de todo quiero que mis hijos sean felices. Que sean niños sanos, alegres, amigos de sus amigos, preparados para el día de mañana y dispuestos a echar un cable al de al lado siempre que puedan. Y eso no hay extraescolar que te lo enseñe.

Lo malo es que la sociedad en la que nos movemos dice que cuanto antes les enseñemos una cosa, más fácil es que la aprendan bien; que para qué van a ir al patio y estar jugando con sus amigos si pueden estar aprendiendo inglés, robótica, ciencias, piano o chino… Parece que si tus hijos no hacen mil y una extraescolares hoy el día de mañana no estarán capacitados para hacer nada. Y es muy difícil no entrar en esa rueda. Que tampoco digo que sea una rueda mala; simplemente, no es la rueda en la que quería que entráramos nosotros. ¿Soy peor madre por pensar así? No lo creo. ¿Eres tú peor madre que yo por verlo de otro modo? Tampoco.

La buena noticia es que tú, y nadie más que tú, eres la mejor madre para tus hijos (y no me saltéis a la yugular aquí: hablo de madres porque yo lo soy, pero ese «madre» se puede cambiar por «padre» con igual resultado). Conoces a tu hijos mejor que nadie y quieres lo mejor para ellos. Y precisamente porque les conoces, sabes qué cualidad tiene cada uno de ellos, cuál puedes potenciar y qué les viene bien reforzar, y a cuáles llegáis mejor como familia.

En mi caso, el año pasado me di cuenta de que me estaba complicando yo sola la vida e imponiendo a mis hijos unas agendas que si tuviera yo me costaría gestionar. Por no querer desaprovechar la oportunidad de que aprendieran, y porque «cómo no iba a apuntarle a esto o lo otro» estaba sometiéndome a mí misma a un estrés para llegar a todo que hacía que mis tardes con ellos fueran de todo menos lo que yo quería que fueran: me pasaba el día en el coche, de un lado al otro, llevando a unos y arrastrando a otros, y ellos haciendo los deberes deprisa, tarde, y mal. Este año me he plantado y las mayores sólo tienen una extraescolar, que han pedido ellas y que hacen en el colegio, los otros tres días juegan en el patio con sus amigos y por las tardes hacen los deberes, si tienen, o salen a jugar al jardín con el resto de niños si no tienen o terminan pronto; el pequeño sí que hace más deportes, pero porque tiene tres horas de recreo y ya no duermen siesta así que se le hacían eternas, y porque como es un loco del fútbol, y a su abuelo le hace ilusión haber conseguido con su nieto lo que no consiguió nunca con sus hijos: que les gustara el fútbol, le lleva a jugar a un sitio que hay a 5 minutos andando de casa. Y a mí me ha venido bien darme cuenta de que no podíamos seguir así porque las mayores empiezan a tener que estudiar de verdad y, en mi caso, habría sido imposible gestionarlo de otra forma.

Pero como tú eres su mejor madre, y no yo, quizá este post no te sirva para nada. O quizá sí y te hayas quedado con lo verdaderamente importante: ni la mejor madre del mundo sería la mitad de buena madre de tus propios hijos. 

6 cosas que aprendí como madre de cuatro

Icíar nació a finales de mayo y, desde entonces, me sorprendo a mí misma recordando cosas que parecía haber olvidado y descubriendo otras nuevas que, como madre, me han facilitado mucho la vida. «¡Cuatro hijos le han hecho falta!», pensaréis. Pues sí. Y me juego el cuello a que si tuviera más, seguiría aprendiendo otras tantas 😉

// UNO //

La primera lección, esa que no termino de aprenderme del todo bien, es que da igual lo mucho que planifique algo, y el empeño que ponga en conseguir llegar a tiempo a los sitios, siempre termino llegando cinco o diez minutos tarde… ¡quién me ha visto y quién me ve! A lo que sí que he aprendido con el paso de los años, y a medida que iba aumentando el número de niños en casa, es a tomármelo con filosofía (y a avisar a la gente de que haría lo posible por llegar a tiempo, pero que no lo garantizaba): no pasa nada, lo hacemos lo mejor que podemos, y la gente (normalmente) lo entiende. Y por si acaso me he adelantado el reloj cinco minutos, aunque como me lo sé tampoco me está sirviendo de mucho jajaja.

// DOS //

Las cunas de colecho. He tenido que tener cuatro hijos para descubrirlas. Sí, sí, reíos… He dado el pecho a todos mis hijos, todos ellos han dormido en mi cuarto, y todos han dormido más de una vez con su madre en la cama, pero con Icíar he descubierto las cunas de colecho y, creedme: hay un antes y un después. Descanso mil veces mejor. Tengo a Icíar pegadita a mí, llego a darle la mano, o a cogerla en brazos, sin tener que incorporarme de la cama y, por tanto, sin desvelarme del todo, y no tengo el agobio de pensar que voy a aplastarla por la noche (admiro a quien lo consiga, pero yo no soy capaz de dormir con un bebé en la cama y descansar de verdad. Cierro el ojo, sí, pero es un duermevela del que me despierto sobresaltada pensando si aplastaremos al niño mi marido o yo, contracturada de más de tenerlo recostado en un brazo para protegerlo, y con la sensación de no haber pegado ojo en toda la noche). La que yo tengo es la de Chicco Next2me, que me ha parecido hiper cómoda porque puedes bajar y subir el lateral súper fácil, tiene la opción de mecer la cuna si lo necesitas, y se monta y desmonta bastante fácil para llevártela de viaje (ojo, que ni me patrocina, ni nada que se le parezca, simplemente me ha encantado como usuaria y lo comparto, pero seguro que hay mil opciones más).

// TRES //

Las bolsas para esterilizar en microondas. Y viniendo de una persona que esteriliza más bien poco, pues es todo un descubrimiento. En realidad lo hice con Bosco, pero cuando ya no esterilizábamos, así que con quien de verdad las he utilizado ha sido con Icíar.

Hermanos

hermanos

Estoy segura de que este post no es nuevo para nadie, y que todos los que tenéis más de un hijo lo habréis notado antes o después, pero el otro día hablaba con una amiga del vínculo tan especial que tenían nuestros hijos, de edades parecidas, entre hermanos, y hoy me he levantado pensando en ello.

Los dos primeros años de mis hijas fueron durillos, no os voy a engañar: encontrarte de pronto con un bebé en brazos cuando la «mayor» acaba casi de lanzarse a andar es una locura en todos los sentidos, por mucha ayuda que tengas. Mi madre siempre me decía eso de: «ya verás, luego jugarán un montón juntas» y yo, aunque quería creérmelo, en el fondo pensaba que ya veríamos. Mi hermana y yo nos llevamos 3 años y no podíamos ni vernos, así que, ¿por qué iba a ser distinto? 

La (dichosa) prueba del talón

prueba del talon

Llevo queriendo escribir este post desde hace ya un par de meses, pero lo cierto es que cada vez me cuesta más encontrar un huequillo para sentarme a escribir tranquilamente, y este post requería de un poco de paz y tranquilidad 😉

Ya sabéis que a los bebés se les hace la famosa prueba del talón a las 24 horas de nacer, cuyos resultados te envían a casa al cabo de una semana, más o menos, ¿verdad? Con Blanca y Ana los resultados llegaron enseguida: todo perfecto. Y aquí, su madre, que jamás le había dado mayor importancia al asunto, tan contenta.

Con Bosco, sin embargo, la experiencia fue algo distinta.

Sí, yo también tengo un hijo inconsciente

Niños inconscientes - Bebestilo

Y a las pruebas me remito. Así se pasa el día. Saltando por todos los rincones de la casa, sin miedo ninguno, sin cuidado ninguno, sin aprender la lección cada vez que se cae y se hace daño. Y no sólo es un gran saltarín. También va en su patinete por la calle a toda velocidad y en plan kamikaze, llevándose por delante a todas las señoras que se encuentra a su paso, directo a la carretera sin importarle los coches que pasan a toda velocidad. Bueno, y cómo esas mil más. Para qué os voy a contar que no hace mucho casi se nos pierde en el Retiro, o que el día que me inducían el parto de su hermana Adriana mi marido acabó en Urgencias en un hospital con él mientras yo llegaba tarde a otro para la inducción. Total, que ya no sé qué hacer con él, y pronto empezamos…

A sus 2 años y 8 meses he probado distintas «técnicas»:

1) Le he explicado los riesgos, que en esta vida no se puede ser tan loco, que tiene que tener cuidado. Resultado = 0;

2) Le he reñido, le he «amenazado» con no ir a sus sitios favoritos y me he enfadado con él. Resultado = 0;

3) Le he castigado en la trona (que no le gusta porque no es libre para seguir haciendo el inconsciente, claro) Resultado = se baja de la trona y a inventar otra vez;

4) Le he rogado, implorado, me lo he intentado camelar… pero nada, él es inquieto, sonríe y me dice que va a ser bueno y me vuelve a camelar él a mí con sus ojitos traviesos, en los que se ve que ya está planeando la próxima jugada (porque listo es un rato el niño)…

Que sí, que es un niño, y es inquieto, y tiene que jugar y saltar y correr. Pero digo yo, que mejor si no se queda por el camino y tiene un poquito más de cuidado, ¿no?

Así que ahora yo pregunto: ¿alguien más está en el club de las madres anónimas de hijos inconscientes? ¿tenéis alguna poción mágica o idea brillante que darme para intentar «domar» al saltarín inconsciente que me ha tocado por hijo?