El viernes fue el cumpleaños de mi hija Blanca: ¡5 añazos ya! Es increíble cómo pasa el tiempo… como tiene la suerte de que el 15 es fiesta en Madrid (San Isidro), decidimos celebrarlo ese día. Y esta vez me vais a perdonar pero Bosco apenas tiene 20 días y sigo en ese momento en el que organizarse aún me cuesta horrores: entre sus y mis revisiones, las gestiones administrativas y cuadrar las cosas que tengo que hacer entre las tomas del bebé, no me da tiempo a mucho más (seguro que todos conocéis esa sensación de «no llego, no llego, no llego» constante…), así que no pude dedicar demasiado tiempo a organizar el cumpleaños de Blanca… Vamos, que el martes decidí por fin que haríamos un picnic con amigos, el miércoles fui a comprar lo que necesitábamos y el jueves por la mañana nos pusimos manos a la obra para llegar a todo, que habíamos citado a la gente a la hora de la comida.
Aprovechando que hizo un día espectacular en Madrid (¡el primero que no nos llueve en 5 años! Sigo sin creérmelo…) montamos las mesas de la comida en el jardín de casa de mis padres. Menos mal que tenía guardadas un montón de cosas aquí y allá de los distintos cumpleaños y fiestas que he ido organizándoles, porque así pudimos decorarlo todo para que quedara bonito y con aire de fiesta de cumpleaños.
El martes, al tiempo que decidía que haríamos un picnic en el jardín, decidimos también que lo importante era que los niños lo pasaran bien y pudieran jugar a sus anchas, así que alquilamos un castillo hinchable… ¡y no os imagináis el juego que les dio!
Lo cierto es que fue un cumpleaños poco «al uso», pero los niños lo pasaron como lo que son: niños. Blanca disfrutó un montón de su fiesta, sopló las velas y pasó un día entero jugando, corriendo y saltando con sus amigos. Y a mí me valió para recordarme que lo verdaderamente importante no es lo bonito o conjuntado que haya quedado el cumpleaños entero, ni si sigue una misma temática que hayamos estado toda la semana preparando a costa de nuestras horas de sueño, porque lo fundamental para ellos es pasarlo bien, jugar, reír y saltar con sus amigos. Soplar las velas. Abrir regalos. Romper la piñata y lanzarse a por las chuches para ver quién ha cogido más. Jugar hasta caer rendidos. Protestar porque no quieren que se termine el cumple y pedir que por favor les dejes «5 minutitos más» aunque sabes que no pueden ni con su alma. Llegar a casa y no ser capaces de ponerse ni el pijama de lo cansados que están. Meterse en la cama con una sonrisa de felicidad y que te abracen fuerte-fuerte en agradecimiento a lo bien que lo han pasado.
Y eso, queridos todos, es lo que te dice que sí, que el cumpleaños ha merecido la pena aunque tú tuvieras en mente un millón de imágenes e ideas sacadas de Pinterest y no te haya dado tiempo a poner en práctica ni una sola, que tus hijos han disfrutado de su día y que, a sus ojos, seguís siendo los mejores padres del mundo: los suyos 😉
-María