En los museos sí se juega

 

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Vuelve mi amiga Marta como invitada a Sonambulistas para contaros cómo sus niñas se han criado paseando por museos, una de las grandes pasiones de sus padres: y de paso os cuenta un plan que hicimos juntas no hace mucho: museo + actividad en casa, un plan perfecto para estas tardes otoño-invernales, ¡os dejo con ella! 😀

Museos. Nuestra primera hija nació con la llegada del invierno, en aquel tiempo en que los restaurantes y las cafeterías eran espacios humeantes donde entrabas oliendo a Nenuco y salías oliendo a chimenea y lo que es peor, con la imagen en tu cerebro de tu bebé fumándose un cartón de Marlboro. A mis hijas, por muy fumadora pasiva que hubiera sido sido su madre, les tocó caer en una familia donde no se les dio la oportunidad ni de fumarse un piti, lo que, por otra parte (siempre mirando en positivo, ¿no?) nos permitió seguir disfrutando de algunos de nuestros lugares favoritos: los museos, ahora sí. Y así fue como Emma se crió en el Museo del Prado a lo Tony Leblanc. No nació allí, no, pero allí se echó sus minisiestas (siempre fueron mini), allí fue amamantada, jugó, garabateó y dio sus primeros pasos ante la atenta mirada de la familia de Carlos IV.

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Lydia, por otra parte, aunque nació a finales de año también (otra pequeña, menos mal que hace poco leí acerca de la longevidad de los niños del hemisferio norte nacidos en el último trimestre del año en Parentology, de Dalton Conley) ya no sufrió de los ataques museísticos de sus padres: la batalla antitabaco cobraba fuerza a nivel nacional y no sólo familiar y entrábamos en una etapa de prohibición fabulosa (¿estas palabras pueden ir juntas?!?) por lo que ya no se crió en los museos, lo que no sé si es mejor, dado que la pobre se podía pasar la tarde de un sábado de invierno en la Fundación Juan March y la mañana del domingo siguiente en Disney on Ice. Y claro, me preocupa que le hayamos creado un trastorno bipolar, que estas cosas quedan muy marcadas en la infancia: Aún recuerdo sus ojos hipnotizados (qué digo, todo su cuerpo) al ritmo de “Hakuna Matata” con apenas tres meses. Ya os diré si esto me va a costar terapia.