¿Os suena? A veces pensamos que por pasar más tiempo junto a nuestros hijos, serán más felices. Pero, y disculpadme si creéis que me equivoco, no creo que sea así. Al poco de que naciera mi hija Blanca surgió la oportunidad de establecerme como autónoma y me lancé de cabeza sin dudarlo. Desde entonces, tengo la suerte de trabajar desde casa y de poder apuntarme a prácticamente todos los planes que salen con mis hijas, pues sé que si tengo trabajo puedo hacerlo mientras ellas duermen. Sin embargo, no considero que mis hijas sean más felices por tenerme por casa de lo que son los hijos de cualquier otra persona que trabaje fuera de casa, pues hay momentos en los que yo también tengo que trabajar y no les estoy prestando atención si quiero terminar las traducciones que me encargan. Hay quien consigue con un ratito muchas más risas y buenos recuerdos de los que conseguiría yo en todo un día, creedme.
Lo que sí que creo es que el tiempo que pasemos con ellos tiene que ser de calidad; al menos parte de él. Es decir, no vale con ser un mero observador en la distancia, pendiente de que no se hagan daño pero sin participar nunca en sus juegos: creo que de vez en cuando hay que mojarse, meterse en el papel y ser un niño más. Y no os digo esto porque sea algo que hago yo, ni mucho menos, ¡ya me gustaría saber hacerlo!, sino porque es algo que he aprendido observando a mi marido: si hay que tirarse por el tobogán, se tira; si están jugando a tirarse de bomba en la piscina, ¡él también! ¿Hoy abrimos salón de peluquería? ¡a él le lavan, peinan y cortan el primero! Reconozco que cuando Blanca era pequeña observaba no sin cierta envidia lo bien que lo pasaban padre e hija… pero yo soy más de estar ahí por si se caen y hacen daño o si se pelean. Es algo que me ha pasado siempre: soy la segunda de 5 hermanos y los pequeños siempre buscaban a mi hermano mayor para jugar, reírse y hacer el bruto, y a mí cuando se caían y querían mimos. ¡Qué le voy a hacer!
Por eso, y perdonad este «post reflexión», os animo a que busquéis esos pequeños momentos de calidad. Si no sois muy de tiraros al suelo a jugar con ellos no pasa nada, buscad pequeños momentos del día que sean vuestros, y sólo vuestros: la hora del cuento, por ejemplo, es magnífica para eso. Otro momento que estamos explorando últimamente son las cenas en familia de los fines de semana: cenamos los cuatro juntos, en «la mesa de mayores», algo que no podemos hacer entre semana porque mi marido sale tarde del trabajo y para cuando llega las niñas ya han cenado y están casi, casi, listas para la cama. Pero los fines de semana los ritmos son distintos y, mientras cenamos, aprovechamos para que las niñas nos cuenten qué ha sido lo más divertido del día, con qué amigo juegan más o lo que se les pase por la cabeza en ese momento; si no lo hacéis, tenéis que probarlo: es un momento genial, que a ellas les encanta y a nosotros nos deja con una sonrisa bobalicona en la boca por las ocurrencias de cada cual. Otra opción que empezamos a poner en práctica el año pasado son las «noches de cine y cena» de los viernes: una muy buena amiga me contó que estaba haciendo noches de cine y nachos con sus hijos y me gustó tantísimo la idea que probamos a hacerlo un par de veces… ¡y nos encantó! Tanto que creo que ya hemos visto juntos la colección entera de Clásicos de Disney…
Como os decía en el título, no se trata de la cantidad, sino de la calidad… Me encantaría que, cuando el día de mañana mis hijos piensen en su infancia, se encontraran con un montón de buenos recuerdos y rutinas en familia, la verdad… ¿no os pasa igual? Pues ya sabéis: ¡se aceptan todo tipo de sugerencias para disfrutar de momentos de calidad con los niños!
-María