Tanto a mi marido como a mí nos gustan los perros. Siempre nos han gustado. Mi marido tuvo una perra collie, Nala, a la que adoraban, y en mi casa los últimos 15 años siempre ha habido uno o dos labradores: Syrah, Baco, Tinta y Mencía, y, ahora, Zeta. Y, desde ayer, sus cachorros. Nueve. Ahí es nada. No buscábamos cruzarla, ¡ni de broma!, ya vivimos la experiencia de la camada de 10 cachorros que tuvo Syrah y, la verdad, aunque es precioso verlos a todos corretear y jugar, dan muchísimo trabajo y hay que estar muy dispuestos a tenerlos por casa mientras tienen que estar con su madre (¡bravo por mi madre, que se dejó convencer aquella vez!). Pero el caso es que ayer Zeta paría nueve cachorritos comestibles y a mí me entran unas ganas tremendas de llevarme uno a casa. Claro que luego lo pienso fríamente: ¿tres niños y un perro? ¿en un piso?, y me echo un poco para atrás… Y después pienso en cómo disfruta Bosco con los perros, en la carita de Ana y sus «porfa, porfa, porfa, porfa»… y en que a Blanca le vendría bien tener uno para perderles el miedo, que no terminan de emocionarle… y vuelvo a envalentonarme. Siempre hemos dicho que queríamos tener perro, aunque no sé si aún son un poco pequeños los niños. En parte creo que debería aprovechar la oportunidad de tener en casa a un hijo de Zeta y Baco… y en parte sé que me estoy metiendo en la boca del lobo yo solita, y que sería como tener otro bebé en casa. Vamos, que aquí ando que no sé bien qué hacer. ¡Y lo peor es que sé que Alfonso está igual que yo! Jajaja.
¿Tenéis o habéis tenido perro? ¿Os lo habéis planteado alguna vez? Si lo tenéis, ¿os habéis arrepentido de que os consiguieran convencer? Ay, qué lío… 🙂
-María