Nueva York… qué ciudad más increíble. Y cómo la echo de menos. Tuve la grandísima suerte de vivir durante casi un año allí y la ciudad de los rascacielos me enamoró perdidamente. Sí, lo sé, suena a tópico, pero es que todo durante ese año fue perfecto: Acabábamos de tener a nuestra primera hija (me la llevé a NY con sólo 8 semanas); mi marido estuvo un año estudiando un máster y su ritmo de estudio en nada se parecía a su ritmo de trabajo en España, por lo que disfrutamos cada minuto de nuestro tiempo juntos allí y de nuestra recién estrenada experiencia como padres; yo me tomé un año sabático para disfrutar de mi pequeña y de él; estuve acompañada, además de otros amigos, de una súper amiga chilena de ésas que no se encuentran fácilmente, sino todo lo contrario; y recorrí arriba y abajo NY con mi carrito: La 5th avenida, Harlem, el Upper West Side, Times Square, Brooklyn… cada uno de sus rincones merece la pena, y también cada una de las personas que habitan la ciudad: estoy convencida de que nadie creería cómo me acogieron los neoyorkinos y que prácticamente nunca tuve que subir o bajar el carrito de mi bebé sin que alguien, joven o viejo, de origen senegalés, alemán, hindú o canadiense (porque los neoyorkinos son un poquito de todas partes) me ayudara con él. Puede parecer que es una ciudad en la que todos van a lo suyo: pero no es así. Es gente que antes ha llegado a la ciudad, y por eso acoge también a los que llegan.
Y como no podía ser menos, tenía que traerme Nueva York a pedacitos a mi casa de Madrid. Una de las cosas que me traje son estos pajaritos de papel: desde que vi el pequeño puesto del anciano japonés que los hacía en el Soho, supe que ya tenían un espacio en mi casa: serían lo primero que mi pequeña viera cada día al despertarse. Así que los compré, viajaron a España en mi maleta, y lo fabriqué: fabriqué el móvil de cuna que vino del Soho neoyorkino.